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ENTRAR EN EL JUEGO, Nicolás Klisich

¿Están preparados para entrar en el juego? Así es cómo Nicolás Klisich nos invita a acceder a su universo musical a través de lo lúdico. Hoy, viernes 10 de abril, presenta ante nosotros su tercer trabajo como solista. Por las ramas fue su primer disco y Sin prisa Sin pausa fue el segundo. Junto a él, la chica que baila y canta, el chico que abre profundamente los ojos al tocar la guitarra eléctrica, el que sonríe buscando miradas y rapeando, el que se muerde los labios mirando a alguien entre el público, en el centro el batería y a la derecha la chelista con un trombón. Algunos cantan sin micrófono. La escena se completa con un saxo sin dueño aparente, tres tambores de candombe sin manos y una niña a mi lado, en primera fila, jugando.

Nicolás canta fragmentos de canciones antiguas y canciones nuevas que voy anotando en mi libreta. De esta forma nos cuenta que hay que “entrar en el juego como un niño que juega solo por la diversión”.

La banda se completa y se diluye, suena el chelo y la voz se une en una danza de luces y pieles de gallina. No hay más remedio, hay que dejarse atravesar con la mirada perdida escuchando: “me voy, me lleva la corriente, quien hace lo que siente no espera más” y así, poco a poco, nos vamos dando cuenta de que también somos la niña que está sentada junto a mí, pero con unos cuantos millones de años y heridas más.

Nicolás es bien agradecido, se acuerda de la vida, de sus padres, de su compañera de viaje, del hermano, del amigo.

El concierto se transforma en algo íntimo y él, solo frente a todos, nos habla del lado positivo silbando y diciendo el “vamo’ arriba” que todo buen uruguayo aprende al nacer. La niña se recuesta en la butaca de al lado y se deja llevar por el mundo de los sueños acurrucada. Nicolás canta que “vas sintiendo que la vida suelta riendas, pide más” y que “soy libre y hago lo que siento”.

En ese momento, entra en escena la comparsa Candombe Arena para hacer sonar la última canción. Se alejan, desaparecen del escenario y vuelven afirmando eso de que “tal vez solo quiera despegar”. Palmeamos. El público se alza. El candombe inunda el lugar. Nicolás desciende y comienzan los abrazos. Hay quien sube y se une a la banda. La nena que estaba a mi lado sostiene la mano de la chica que baila y canta, y ahí, en ese preciso instante, se cierra un telón invisible, se acaba el concierto, y ya no sé quién es quién. Si la niña es la que estaba sentada a mi vera, si soy yo quien ha entrado en el juego o si se trata de todos los seres sintiendo con el mismo latido marcado por Nicolás y sus cómplices.

Es entonces cuando me levanto, sonrío y pienso: Sí Nicolás, estamos preparados.

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